Así resume su primer biógrafo, Celano, el amor de Francisco por Jesús:
“Bien
lo saben cuantos hermanos convivieron con Francisco: qué a diario, qué
de continuo traía en sus labios la conversación sobre Jesús. De la
abundancia del corazón hablaba su boca, y la fuente de amor iluminado
que llenaba todas sus entrañas, bullendo saltaba fuera. ¡Qué intimidades
las suyas con Jesús! Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en
los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente
siempre en todos sus miembros.” (1 Cel 115)
Es un texto que muestra la verdad de lo que el santo transmitía. Su vida es, literalmente, Jesús. ¿Cómo puede ser tan real y experimentar con tanta fuerza a alguien a quien no ve?
Cuando uno está enamorado como Francisco, la persona amada le ocupa. No está fuera, sino dentro de sí, y no sólo en lo íntimo de la conciencia, sino en cada poro de la piel. Se respira al Amado, fuente total de su ser.
Cuando se conoce la vida de Francisco, tal es la sensación básica: que lo suyo era amar. Le costó encontrarse con el Amor de su vida. Cuando los jóvenes de su época, la mayoría ya habían contraído matrimonio, él todavía se dedicaba a soñar. Podía ser un vendedor perspicaz de paños en la tienda de su padre; pero su corazón estaba en otra parte.
En una noche de juerga, siendo él el líder de la fiesta, los amigos lo vieron aislarse, ensimismado, atrapado por la nostalgia del Amor más grande. Al cabo de poco tiempo, lo encontró y ya no lo soltó.
Tomado de “Francisco de Asís contempla a Jesús” de Javier Garrido, Ediciones Franciscanas Arantzazu.
Comentarios recientes