En el Evangelio de este domingo Jesús comparte con nosotros su oración: el Padrenuestro. Esta oración es resumen del Evangelio, pues recoge su contenido esencial en forma de oración.

  Podemos invocar a Dios como “Padre”, porque Jesús nos lo ha revelado. Podemos decir que es “nuestro” porque en la Iglesia vivimos la comunión con una multitud de hermanos y hermanas y queremos formar con ellos “un solo corazón y una sola alma”.

  Compartimos con vosotros la Paráfrasis del Padrenuestro de San Francisco, en la que hace un comentario a esta oración tan importante para él, que decidió dejar la casa de su padre Pedro Bernardone proclamando: “quiero desde ahora decir: Padre nuestro, que estás en los cielos, y no padre Pedro Bernardone” (TC 20).

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Oh santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro.

Que estás en el cielo: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para el conocimiento, porque tú, Señor, eres luz; inflamándolos para el amor, porque tú, Señor, eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú, Señor, eres sumo bien, eterno bien, del cual viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien.

Santificado sea tu nombre: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la sublimidad de la majestad y la profundidad de los juicios.

Venga a nosotros tu reino: para que tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde la visión de ti es manifiesta, el amor a ti perfecto, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti por siempre.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo.

Danos hoy nuestro pan de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo: para recordemos, comprendamos y veneremos el amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció.

Perdona nuestras ofensas: por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que lo perdonemos plenamente, para que, por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti por ellos devotamente intercedamos, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser útiles para todos en ti.

No nos dejes caer en la tentación: oculta o manifiesta, imprevista o inconsciente.

Y líbranos del mal: pasado, presente y futuro.



Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

Amén.