Iniciamos el tiempo de cuaresma, tiempo de actuar. Nos dice el Papa Francisco que “actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido”.

Detenerse para reconectar con la esencia de nuestro ser.

Profundizar para llegar a nuestro centro donde habita Dios mismo, la fuente de la que nace nuestra fe.

Una fe que nos ponga en dialogo con el diferente. Una fuente de la que mane nuestra esperanza. Una esperanza activa que cuide lo que nos rodea.

Reconectar con la fuente donde nace nuestra capacidad para soñar, y desde ahí elevar una súplica silenciosa, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios.

Todos y todas tenemos un alma contemplativa de la Vida. Que la Cuaresma nos haga detenernos ante la presencia de Dios, que nos lleve a descubrir Su presencia también en la carne del prójimo.

Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2).  Y libres de todos los ídolos que nos agobian y aprisionan nos comprometamos en una Cuaresma atenta al sufrimiento de todos nuestros hermanos y hermanas.