Francisco también se encontró ante este dilema: cambiar su vida para servir totalmente a Dios o continuar sirviendo al dinero, al poder, a la fama y a la gloria caballeresca. Así nos lo relata uno de sus biógrafos:
«Una noche, mientras Francisco duerme, alguien le habla en visión y se interesa con detalle por saber a dónde pretendía llegar. Él le expuso punto por punto todo su proyecto. La voz insistió en preguntarle: “¿Quién puede favorecer más, el siervo o el señor?”. “El señor”, respondió Francisco. “¿Por qué buscas entonces al siervo en lugar del Señor?”. Replica Francisco: “¿Qué quieres que haga, Señor?”».
A partir de aquel momento Francisco lo dejó todo e hizo del Señor el único dueño de su vida.
Años después de ese momento, casi al final de su vida, escribiría: “ Tú eres, Señor, toda nuestra riqueza a satisfacción ”.
Aunque crezcan nuestras riquezas (sean del tipo que sean), que no acaparen nuestro corazón (Salmo 61).
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